Lima y su pasado indígena: un potencial poco aprovechado en el turismo | Por: Pedro Vargas

Lima, nuestra ciudad capital, es reconocida mundialmente por su rica gastronomía y su pasado virreinal pletórico de templos católicos, arte y pompa del barroco; asimismo, es indesligable su mención para los convulsos tiempos republicanos y su compleja política interna y externa. Pero todo ello tiene un elemento en común: obvia o ignora el pasado de los pueblos indígenas que habitaron este territorio, antes de la fundación de la Ciudad de los Reyes.

El espacio geográfico que hoy ocupa la ciudad de Lima está habitado desde hace más de diez mil años. Durante este tiempo diversos pueblos y civilizaciones se han desarrollado aquí y han dejado evidencia material o inmaterial de su presencia. Muchos de estos restos, monumentales o no, han desaparecido por obra de saqueadores, expansión agrícola o urbana. Lo poco que nos queda hoy constituye un valioso recurso turístico, poco entendido, mal valorado y peor aprovechado.

Bajo el término “huacas” tenemos casi un centenar de sitios arqueológicos en Lima, pertenecientes a diversas civilizaciones, de las cuales apenas un diez por ciento poseen cierta infraestructura turística, algunas otras pueden ser vistas desde fuera sin mayor problema; pero, la gran mayoría yacen en el abandono, la destrucción y el olvido. En un tiempo en el cual esperamos volver a cifras de turistas iguales o mejores a las de tiempos anteriores a la pandemia debemos explorar otros atractivos para Lima. Sin menoscabo de su prestigio gastronómico y del aire virreinal, debemos ver en el pasado indígena algo más que un trámite obligatorio visitando un par de museos y hablar de lo inca como una panacea que lo resuelve todo.



Lima tiene al más grande santuario indígena de los Andes como es Pachacamac, un lugar ocupado por las culturas Lima, Wari, Ychsma e Inca; prácticamente un resumen del pasado autóctono de nuestra patria. Alrededor de Pachacamac en diversos lugares de Lima tenemos otros sitios arqueológicos como Maranga, Pucllana, Puruchuco, Mateo Salado y Huallamarca que complementan la visión de estos tiempos antiguos. Muchos otros sitios podrían sumarse a esto con la decisión de los gobiernos locales (siguiendo el ejemplo de Huaca Pucllana), o el gobierno nacional (en la línea de los trabajos en Mateo Salado con el Proyecto Qhapaq Ñan).

Sin embargo, aún con lo poco puesto en valor existente podríamos generar mayor atracción de público si enfatizamos la investigación científica en ellos para obtener conocimientos nuevos susceptibles de utilizarse en discursos novedosos, con visiones nuevas del pasado. Debemos dejar de lado la falsa idea de un pasado indígena limitado a lo inca, el tono victimista y la tendencia a asumir que todos los pueblos tuvieron un mismo comportamiento y que su saber se limitó a una “ecología light” y adoración al sol y a la tierra. Hay que dejar de convertir al pasado indígena en el espejo de nuestras ilusiones y resentimientos y, asumirlo con sus luces y sus sombras.

Los sitios arqueológicos no son solo escenarios para eventos modernos o recreaciones del Inti Raymi cada junio: son herencia, testimonio y posibilidad de desarrollo.

Pedro Carlos Vargas Nalvarte
Arqueólogo y docente


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