En reconocimiento a su transcendental trayectoria histórica y artística, el Ministerio de Cultura declaró a los conocimientos, las técnicas y la iconografía asociados a la producción del Retablo Ayacuchano como Patrimonio Cultural de la Nación.
En la Resolución Viceministerial N° 098-2019-VMPCIC-MC, publicada en el diario oficial El Peruano, se precisa que la distinción es otorgada al Retablo Ayacuchano «por la originalidad y vigencia de su sistema productivo en que destaca la fusión del modelado escultórico y la armonía pictórica, así como por la creatividad de sus portadores en continua interacción con su entorno; todo lo cual es producto de un singular proceso desarrollado en los periodos virreinal y republicano y que resulta en una pieza que es símbolo de la identidad ayacuchana y del arte tradicional peruano».
El Retablo Ayacuchano tiene sus antecedentes en las antiguas cajas o cajones de madera con figuras de santos en pintura, bulto o relieve creadas por el cristianismo en Europa oriental durante los inicios de la Edad Media. En España, se convirtieron en las “capillas de santero”; y con esas características fueron introducidas en el Perú con el Virreinato. Justamente, es durante dicho período que la ciudad de Ayacucho destacó por sus finos trabajos en el tallado de figuras religiosas.
HISTORIA
Hacia finales del siglo XVIII, el campesinado indígena hizo una selección de los santos que le eran útiles y los colocó en el cajón de santero, el cual tiene una puerta con dos alas decoradas en el interior y exterior con diseños de rosas y otras flores que aluden al mundo celestial. Usualmente, el interior de la caja se compone de dos niveles: el superior contiene cinco figuras de santos relacionados con la protección del ganado; y el inferior, se recrea la escena de la reunión con los músicos, las mujeres cantantes, el abigeo atado a un árbol y una serie de escenas relativas al ganado.
Estos objetos, llamados “cajones san Marcos o san Lucas”, fueron usados por el campesino indígena en sus ritos mágicos religiosos para pedir a estas divinidades la protección y fertilidad del ganado, de este modo y por su función comunicativa con los espíritus del cerro, la tierra y el rayo, estas piezas constituían huacas, elementos fundamentales del animismo andino.
Las condiciones precarias del campesinado habrían influido paulatinamente en el abaratamiento de estas cajas; así, hacia la segunda mitad del XIX se emplearon maderas más baratas y las imágenes empezaron a hacerse de pasta de yeso, papa y cola teñida con pigmentos industriales. Estos elementos reemplazaron a materiales más suntuarios como la madera de cedro y el alabastro o piedra de Huamanga. De este modo se habría configurado la forma estándar de estos cajones que, en el siglo XX fueron conocidos por los intelectuales y artistas del movimiento indigenista.
La disminución de la demanda rural del «cajón san Marcos», motivó al célebre retablista ayacuchano Joaquín López Antay (1897-1981) desarrollar en sus retablos escenas costumbristas dirigidas a un público diverso, pero conservando el estilo formal y plasmando temas circunscritos al mundo cultural ayacuchano. Así, los retablos paulatinamente fueron rompiendo el formato de dos pisos y ampliándose a más, según el criterio de cada retablista; y los conocimientos y técnicas asociados a su elaboración se sustentaron en la creatividad destacada de sus cultores.
Por otro lado, a pesar de la precariedad de los materiales e instrumentos, o la necesidad de mayor fomento por las entidades públicas, se ha incrementado el número de maestros retablistas en la provincia de Huamanga, cuna de retablistas contemporáneos como es el maestro Silvestre Ataucusi Flores, quien aprendió con Florentino Jiménez y con Mardonio López, cuya técnica destaca por la propuesta de un formato carrusel.
Cabe señalar a algunos otros insignes retablistas contemporáneos como Nino Blanco Bautista, quien se caracteriza por desarrollar temas testimoniales y por variar los formatos de sus cajas; el maestro Luis Rey Quispe Flores, del barrio de Cuchipampa, quien destaca por el nivel de detalle en sus escenas costumbristas; Edwin Pizarro Lozano, discípulo de Florentino Jiménez, quien se considera el innovador de los macro-retablos, con múltiples niveles.
Estos y otros maestros cuentan con talleres bien organizados, implementados con herramientas tradicionales y modernas; y se han formado por transmisión tradicional dentro de grupos familiares, de maestro a discípulo, y están transmitiendo estos conocimientos a los jóvenes. Muchos de los maestros retablistas cuentan con un mercado en el exterior y participan regularmente en exposiciones en diversos países de América y Europa.
MÁS DATOS
-La creación de un retablo empieza con el blanqueo de la caja con yeso, una vez seca, la superficie es policromada y decorada con motivos vegetales.
-Al interior de la caja, según los niveles o pisos que presente, se componen las escenas a partir de figurillas hechas de pasta, las cuales se elaboran de yeso cernido con agua y harina (algunos retablistas usan papa molida y jugo de níspero).
-La masa obtenida es modelada a mano o formada en moldes para componer las figurillas. Una vez secas, las figurillas se pulen y se pintan, para luego fijarse en la caja con pegamento. La pintura empleada es de tipo azoico, conocida como anilina.
-Joaquín López Antay fue distinguido con el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ignacio Merino» en 1976. Sus obras no solo marcaron un hito en la historia del arte peruano, sino además constituyen un referente fundamental de nuestra cultura.